top of page

Un puente de ida y vuelta entre lo rural y lo urbano

Cuando inició la pandemia en marzo de 2020 todos nos íbamos a convertir en mejores personas, íbamos a ser mejores sociedades y todos nos íbamos a querer más. ¿Te acuerdas?. Eran esos momentos de encierro en los que, muy posiblemente llevados por el estrés de la situación, hacíamos balance individual y colectivo. Y, con ello, éramos conscientes de todas las cosas que debíamos cambiar.


Índice







Del campo a la ciudad, pasando por la playa

Juana y Miguel eran mis abuelos. Maestros de escuela castellanos. Aquello de “pasar más hambre que un maestro de escuela” fue bien sabido en el pueblo. Juana era de Veganzones y Miguel de Fuenterrebollo, municipios segovianos de escasos 300 habitantes cada uno.


En los años del franquismo, especialmente aquellos en los que España se maquillaba de economía abierta, dejar el campo por la ciudad era un síntoma inequívoco de evolución. Y allí fueron mis abuelos, mejorando su estatus, hasta que llegaron a Gandía, con tres de sus cuatro hijos. Porque Gandía fue donde nació la cuarta, Amparo.


Allí mi padre y sus hermanos descubrieron el cine, la playa y seguramente muchas cuestiones indicativas de la adolescencia. También fueron ninguneados y excluidos por no hablar la lengua valenciana. Aunque seguramente no era por la lengua, sino por ese deseo de aspiración burguesa de separar pobres y ricos, migrantes y locales.


Pero Gandía era tan sólo un puente. En el horizonte la anhelada y prometedora capital: Madrid. Miguel ya no era un profesor de pueblo, sino don Miguel, ese maestro respetado y querido, en el que en su funeral no cabían las decenas de ex-alumnos que fueron a despedirle a la Parroquia de Santa Cristina, en el Paseo de Extremadura.


Jamás abandonar el Pueblo

Por mucho que los yayos ya fueran urbanitas, el Pueblo (sí, en mayúsculas) siempre estaba en el radar. Los 133 kilómetros que separaban su humilde casa de Madrid de la aún más humilde casa en Veganzones era una barrera que, en numerosas ocasiones al año rompían para aprovechar a ver a los amigos, jugar al dominó, leer al calor de la chimenea y, por supuesto, no perder el contacto con la tierra.


Los primeros teletrabajadores rurales

En la mente la ciudad, en el corazón el pueblo

Creo firmemente que ellos fueron de los primeros teletrabajadores. Mentalmente estaban en el Pueblo y físicamente en Madrid. Ellos y otros cientos de miles de parejas que abandonaron Castilla, Andalucía o Extremadura buscando el confort de ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao.

Uno de los motores de esta decisión era, indudablemente, que sus hijos vivieran mejor que ellos. El campo siempre fue muy duro y una carrera universitaria y un trabajo de oficina un sueño para la siguiente generación. Y, posiblemente fruto de ello, en el imaginario colectivo se instauró una máxima que aún perdura en nuestros días:





“LA CIUDAD MOLA MÁS QUE EL CAMPO”


Somos demasiado importantes

Por aquel entonces las personas no tenían necesidad de reconectar, porque ya estaban conectadas. El barrio era la embajada del pueblo en la ciudad. El campo era un lugar presente, se comían tomates que sabían a tomate y las manzanas no iban envueltas en plástico. Y como no eran tan importantes como somos nosotros, tenían tiempo para estudiar, trabajar y relacionarse con amigos y la familia.


En cambio, nuestra generación que es tan importante que tiene que atender 24h al día a lo que tiene lejos, pero ignora lo que tiene cerca, come plátanos que vienen de 9.000km envueltos en plástico y comemos comida que mi abuela jamás llamaría comida. Y, es por ello, que necesitamos RE todo: reconectar, repensar, reconstruir… porque nos hemos alejado de lo sencillo y lo natural.


Desde 2018 en Repueblo tratamos de comunicar las virtudes de los campos y de los pueblos. Porque yo no sé si la ciudad mola más que el pueblo, pero sí se que en entornos rurales se dan oportunidades únicas para las personas, desde los ámbitos económico, social y de ocio. Y ahora, con Reimpulso, tratamos de hacer más humanas las ciudades, que se parezcan un poco más al pueblo.


Porque si algo me enseñaron Juana y Miguel era la humanidad del pueblo. Ese lugar donde podía ir en bicicleta del frontón a las heras, camino del río. Ese lugar donde el tiempo se dedicaba a los demás y a la naturaleza. Y donde los vecinos sabían lo que necesitabas y te preocupaba y viceversa.


Siempre he oído decir que Madrid era un pueblo. Y lo era de cierta manera. Ese espacio en el que no importa de dónde vengas, porque nadie era de allí. Y hoy reivindico ese aire pueblerino de las ciudades que las vuelven más humanas, más cercanas.

La ciudad vivible de la que nos hablan hoy los organismos internacionales es la de los 15 minutos.


Es decir, convertir a la ciudad en pueblo. No sé si soy el único que se ha dado cuenta. Como aquellos años que recorrí por trabajo la Asturias rural y me dejaba atónito que cualquier tienda te dejaba “a deber” sin haberte visto nunca antes: “Ties cara de buena persona, ho. Ya pagaras-me al ratín, ho”.


Teletrabajar desde lo rural



Tampoco sé si la pandemia nos hizo mejores personas o mejores sociedades. Pero sí sé que le metió el turbo al proceso de deslocalización de los profesionales del 70% del planeta. Y que hizo que muchas personas se replanteasen su vida y dejasen de ser “mandaos” para ser “auto-mandaos”.


Bueno, “freelancers”, que suena más pro. Y muchas de esas personas que vivían en un trastero que sólo usaban para dormir y que fue su encierro y penitencia se plantearon nuevas formas de vivir.



Hoy en día, los juanas y migueles del mundo, no tienen que elegir radicalmente entre pueblo o ciudad, sino que ambas pueden convivir en armonía. Y también los Mike o las Natalies de diferentes partes del mundo, que pueden elegir nuestros pueblos y ciudades para teletrabajar. Pa´siempre o pa´un rato.




Porque si algo permiten estos tiempos es ser más flexibles. En horarios, en lugar. Y ahí está la oportunidad y la virtud. Ser ruralita y urbanita a la vez y emprender en lo local y para el mundo. Porque si la vida es circular, ¿qué mejor manera que seguir los pasos que nos marcaron aquellos primeros teletrabajadores, mis abuelos?. Ellos tenían la llave para conectar lo urbano y lo rural. Lo rural y lo urbano.


¡Qué vivan mis Yayos!


 

Sobre el autor:

Autor de La revolución individual.

Experto en Desarrollo territorial, democracia participativa y capital humano.

Profesor universitario.

Nómada.





bottom of page